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A las víctimas del 85

Hoy los jóvenes son muy flojos para leer y para investigar.

POR ROBERTO MESTIZO CHÁVEZ, DIARIO ABC DE MICHOACÁN, 19 DE SEPTIEMBRE DE 2024.

Uruapan, Mich. – Hace un año me preguntaba un joven cuál terremoto había sido más fuerte, si el del 85 o el de 2017.

 

Al principio quise reírme, pero recordé que en el 85 no había redes sociales y que hoy, los jóvenes son muy flojos para leer y para investigar.

 

 

En el 2017 pudimos ver casi de inmediato caer edificios de tres, cuatro pisos, en Morelos o en la Ciudad de México, y si, fue impresionante.

 

En el 85, estudiaba en Morelia, pero septiembre era un mes de asueto pues la UMSNH se encontraba ese mes en huelga, ya fuera por el sindicato de profesores o de empleados.

 

 

Esa mañana del jueves 19 de septiembre de 1985, me acababa de despertar, encendí el televisor con el control remoto, me senté todavía adormilado sobre la cama, cuando empecé a marearme. Sigo dormido, pensé, pero el televisor me volvió a la realidad. Lourdes Guerrero, titular esa mañana del noticiero Hoy, dijo «está temblando un poquito, pero mantengan la calma, pasa enseguida. Juan Dosal, comentarista deportivo, se veía asustado, quiso correr, pero Lourdes lo contuvo: «Mantengan la calma, no provoquemos histeria. Vamos saliendo poco a poco, sin aventarnos, porque sigue temblando». Vi como se movía de un lado a otro una gran lámpara del escenario de ese noticiero, y luego, se fue la señal.

 

Solamente intuímos que el temblor fue muy fuerte, pero desconocíamos qué tanto. Las líneas telefónicas estaban también colapsadas. Me fui a trabajar a la tienda de un tío, y en el transcurso de la mañana empezó a fluir la información. No había sido un temblor, sino un verdadero terremoto, que había destruído gran parte de la Ciudad de México. Afortunadamente, toda nuestra familia que estaba en la ciudad capital, se encontraba fuera de peligro.

 

Pero nada nos habia preparado para ver las primeras imágenes. Recuerdo escuchar llorar a Jacobo Zabludovsky, cuando al reportear desde un helicóptero sobrevoló por el Mercado de Jamaica, una zona totalmente destrozada, la zona en que vivió su infancia y tenía muchos amigos y familiares.

 

La zona cercana a Televisa y sus icónicas torres, junto a los Televiteatros, dónde apenas el fin de semana reciente había ido a ver el musical Mame, con Silvia Pinal, Gustavo Rojo, Eduardo Palomo, Cristian Castro y Alejandra Guzmán, entre otros artistas.

 

Yo he querido mucho a la Ciudad de México, así que cuando vi esas imágenes, no lo pensé y le dije a mi tío que me disculpara pero dejaba mi chamba anual para irme a México. ¿A qué vas?, preguntó. A ayudar a la gente.

 

Llegué a mi casa y de inmediato subí a hacer mi maleta. Esa noche saldría a la capital… bueno, eso creía, porque seguramente mi tío le llamó a mi papá, advirtiéndole que «el Robertillo está dispuesto a largarse está noche al DF».

 

Así que llegué a casa empecé a hacer una pequeña maleta, cuando mi padre entró a mi habitación y preguntó

– ¿Qué haces?

– Mi maleta.

– ¿Ya acabó la huelga en la universidad?

– Voy a México, no a Morelia

– ¿A qué vas a México?

– A ayudar. La ciudad está destruída

– ¿En qué vas a ayudar?

– En lo que sea. Hago falta, respondí casi llorando.

 

Mi padre me agarró por los hombros y me dijo:

«No tienes nada qué hacer en México, en nada ayudarías. No conoces primeros auxilios y tus manos no podrían cargar muchas piedras. Crees que conoces la ciudad, porque sabes moverte en el metro. Pero en estos momentos ni metro hay. Si te vas a México, lejos de ayudar, serás un estorbo. Desde aquí puedes ayudar más, trabajando en reunir ropa, medicamentos, alimentos. Allá, nada podrás hacer».

 

La realidad se abrió paso y la impotencia de la razón me hizo llorar.

 

Por televisión ví a hombres como Plácido Domingo, usando entre los escombros del edificio Monterrey, los restos de sus parientes, sin importarle poner en riesgo su más preciado patrimonio: su voz, su garganta.

 

Un sobrino mío, que vive cerca de la Plaza de las Tres Culturas, se dirigía a la secundaria cuando empezó a temblar y vio venirse abajo al edificio Monterrey.

 

Me llené de rabia cuando el presidente Miguel de la Madrid agradeció pero rechazó la ayuda internacional.

 

La furia de la naturaleza casi acaba con la capital del país, pero ese año aprendimos que unidos somos invencibles, que no ocupamos de las autoridades para solucionar nuestros problemas, que la Solidaridad si existe, que es un monstruo sin cabeza, pero con miles o millones de manos y cerebros trabajando y pensando juntos.

 

Nunca supimos con exactitud cuantas personas perdieron la vida esa mañana. Años después, al viajar en metro sobre la calzada de Tlalpan, aún observaba edificios en ruinas, que habían sido talleres de costura en los que sus trabajadoras estaban encerradas y no pudieron salir.

 

Para mí, el terremoto del 85 no tiene igual. Lo del 2017, con todo respeto, fue solamente un juego, agrandado por las redes sociales.

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