Por Omar Carreón Abud
El propósito del artículo del día de hoy es, como lo dice su encabezado, tratar de emitir una opinión acerca de cómo se opera para que la juventud esté al servicio de los intereses de las clases dominantes.

No obstante, lo acontecido durante el pasado fin de semana en las elecciones de funcionarios judiciales, inventadas y operadas por el grupo morenista y consideradas de su máximo interés para llevar a cabo su llamada Cuarta transformación y perpetuarse en el poder, pide a gritos un comentario.
El derrocamiento de todos los integrantes del Poder Judicial y su sustitución por otros, no sólo afines, sino supeditados al grupo lopezobradorista, era de importancia extrema, como quizá ningún otro proyecto después de ganar la elección presidencial, en consecuencia, nadie debiera pasar por alto que todo el aparato del gobierno, incluida la propia presidenta de la república desde su mañanera diaria, estuvo atizando durante muchos meses la participación masiva en las votaciones.
Pero, ¡oh sorpresa! Los electores no salieron a votar en masa para hacer patente e inobjetable que eran ellos, el pueblo, el que clamaba por un cambio histórico de los impartidores de justicia en su beneficio y en el de sus descendientes.
Las casillas estuvieron desoladas, salvo la de Andrés Manuel López Obrador en Palenque que lucía bastante animada y hasta con periodistas que lograron unas importantes declaraciones y, por tanto, a la hora de dar resultados preliminares del proceso, ninguna autoridad relacionada con la votación se atrevió a rebasar la cantidad de 13 millones de votantes.
Esa cantidad, que incluye a todos los que votaron el pasado fin de semana, está muy lejos de ser siquiera la mitad de los que votaron hace un año por Claudia Sheinbaum para presidenta de la república.
Claro que hay muchas maneras de manipular los números para consolarse y disminuir la desgracia, pero Morena no es un partido cualquiera, es el que detenta el poder ejecutivo de la nación, el poder legislativo y es el que inscribió la mayor cantidad de candidatos a juzgadores aunque no hayan llevado abiertamente sus insignias.
En pocas y resumidas palabras, el pueblo se expresó despreciando los llamados de los políticos de la 4T.
¿Qué pasó con el pueblo que era el que exigía un cambio fulminante de jueces? ¿Dónde quedaron los millones de agradecidos y presionados por las ayudas para el bienestar en todas sus modalidades? ¿Dónde está el prestigio histórico de los líderes del lopezobradorismo, incluido el propio Andrés Manuel López Obrador, que contó con cientos de noticias en todos los medios de comunicación cuando, acordeón en mano, pasó a votar?
Y ya interesados en la búsqueda de sus convencidos partidarios, los morenistas deberían tomar en cuenta que el mismo aciago día, Morena obtuvo 40 mil votos menos que sus opositores en Durango, perdió la capital del estado y gobernará sólo 15 municipios y sus opositores gobernarán 21. En Veracruz, para no alargarnos, perdió 45 municipios y la gobernadora morenista ya dijo: “A veces, se aprende más de los tropezones”. ¿Serán estas algunas de esas veces?
En cuanto al sometimiento de la juventud, que es tema del día de hoy, creo conveniente partir de una destacada nota del periódico Washington Post, quizá el más importante e influyente de Estados Unidos, publicada el 14 de enero de 2024, pero que, de ninguna manera, ha perdido actualidad. Dice así: “Los deseos de los preadolescentes y adolescentes suelen tener cierta urgencia, como pueden atestiguar generaciones de padres.
Respaldados por las redes sociales, el marketing de influencers y el ‘efecto carro’, los expertos dicen que la Generación Alfa y los miembros más jóvenes de la Generación Z tienen a su alcance un catálogo más prolífico e ilimitado de lo que está “de moda” que nunca. Y sus gustos son decididamente más exclusivos: maquillaje y cuidado de la piel (y mini refrigeradores para guardarlos), vasos Stanley de 50 dólares, Dyson Airwraps de 600 dólares y cualquier cantidad de productos Apple”.
Hago notar al amable lector que la nota citada dice que “los deseos de los preadolescentes y adolescentes suelen tener cierta urgencia”. No habla de la satisfacción de necesidades básicas, ni siquiera de las puramente físicas o biológicas, sino de los “deseos” y se precisa que “suelen tener cierta urgencia”, de donde se deduce válidamente que esos “deseos” son impulsos inducidos, inyectados desde fuera con tal fuerza que, para satisfacerse, tienen “urgencia”, es decir, que el individuo está angustiado en espera de satisfacerlas.
Se identifica a continuación el arsenal de poderosos medios de comunicación que se encargan de crear esos “deseos” compulsivos, “las redes sociales”, “el marketing (mercadeo o publicidad) de influencers” y “el efecto carro”.
La nota de referencia señala también que “Las redes sociales aumentaron la visibilidad de las marcas, en parte porque envían productos a personas influyentes de todas las edades, animándolos a usar o mostrar los artículos en videos”.
Si bien es cierto que las redes sociales contribuyen al mayor conocimiento de la realidad, es evidente que su diseño, proliferación y generalización no responden ni con mucho a esa necesidad humana, sirven al capital, exhibiendo sin fronteras y a todos los que tengan solamente un dispositivo en la mano, la gran variedad de mercancías que produce el capital y, como se ve líneas arriba, empujan a los consumidores a adquirirlas “con urgencia”.
Queda claro, también que, en lo fundamental y con raras excepciones, los denominados “influencers” o aconsejadores influyentes, no son individuos especialmente inteligentes, ocurrentes o preparados, sino instrumentos a sueldo de la publicidad y, el llamado ”efecto carro”, no es más que la imitación de otras conductas con respecto a la adquisición de mercancías.
El consumo, la venta de las mercancías, es vital para la existencia y la reproducción del capital. Los capitalistas compran fuerza de trabajo por su valor, es decir, por lo que esa fuerza de trabajo necesita para vivir y reproducirse y, en efecto, lo pagan, y la mejor prueba es que los obreros (los que no son despedidos por el incesante proceso de maquinización), llegan a durar laborando hasta 30 y 40 años y a veces más.
Durante el proceso de trabajo, la moderna fuerza de trabajo, altamente productiva, incorpora a las las mercancías que elabora, un valor que es mucho mayor que la paga diaria que recibe el obrero, dicho en otras palabras, el trabajador produce un equivalente a su salario en mucho menos tiempo que lo que dura su jornada de trabajo, hay quienes han demostrado que esto sucede en diez minutos y hasta en menos.
Ese nuevo valor sale, valga la expresión, pegado a la mercancía producida y, para poder disponer de él a su antojo, el capitalista debe venderla, transformarla en dinero contante y sonante, pues la mercancía físicamente no sólo no le sirve, le estorba, pues, por muy borracho que sea, por ejemplo, no quiere 100 mil latas de cerveza para beberlas, tiene obligadamente que venderlas y rápido y hacer realidad la plusvalía.
Por ello, es de vida o muerte la publicidad. Hay que obligar a consumir, pronto y mucho, sobre todo a los jóvenes, porque hay que acondicionarlos a temprana edad, porque tienen posibilidades de consumir muchos años y porque no deben andar protestando por la pobreza y el sufrimiento en el que viven.
La guerra por su mente y su voluntad es feroz. Vuelvo a citar las palabras de la nota del Washington Post: “Según Gallup (una prestigiada empresa norteamericana conocida por sus encuestas), más de la mitad de los adolescentes estadounidenses (de 13 a 19 años) pasan al menos cuatro horas al día en las redes sociales… El constante impulso de productos por parte de personas influyentes o sus pares en sus pantallas, desdibuja la línea entre lujo y necesidad…”.
En consecuencia, más allá de lo que se aprecia a simple vista, la realidad es aterradora. Los jóvenes no están siendo preparados para conocer el mundo y transformarlo en su beneficio y en el de las generaciones futuras, se les trata como consumidores compulsivos de mercancías.
¿Quién nos asegura que entre estas mercancías no estén incluidas las drogas y el alcohol? Y no son versiones de enemigos de la clase explotadora, esta vez, seguramente para mantener su credibilidad, la cruda realidad fue descrita por el Washington Post que ni por locura puede ser considerado vocero de los pobres del mundo. ¿No vamos a hacer nada para transformarla? Los trabajadores, los jóvenes tienen la palabra.