Adrián Rito Rodríguez
Morelia, Mich.— ¡Ah, los impuestos! Esa “solución mágica” que los gobernadores, legisladores y diputados que sacan como un conejo del sombrero cada vez que la economía tambalea. Nos los venden como el remedio infalible para resolver todos los males: mejorar la educación, construir hospitales, salvar al planeta y a las focas bebe del lago de Pátzcuaro e incluso acabar con la pobreza. Pero si algo nos ha enseñado la historia (evidencia empírica) y la teoría económica, es que la receta de “más impuestos” no solo no cura, sino que muchas veces agrava el problema.
El mito del gasto público como motor del progreso
En Economía, cada centavo que el gobierno recauda es un centavo que no se gasta o invierte de manera privada, y entendamos como “Privado” no es la caricatura del señor gordo, con sombrero de copa muy del siglo 19, somos tú y yo, tu abuela o padre, o si quieres ver a la víctima invisible el niño pobre que está muriendo de inanición.

Mientras los políticos aseguran que los impuestos impulsan la economía al financiar obras públicas, lo que en realidad hacen es redirigir recursos de manos productivas hacia manos burocráticas. Como explica Mises en “La acción humana”, el gasto gubernamental no genera riqueza; simplemente redistribuye recursos, muchas veces (más de lo que nos gustaría aceptar) de manera ineficiente, ignorando las necesidades reales del mercado, entendamos por mercado el conjunto de todas las transacciones y decisiones de compra echas por los individuos (tú, yo y el niño pobre cuando puede comprar).
Cuando los impuestos desincentivan la producción
La riqueza, la seguridad y por ende el crecimiento económico no se crea por decreto, ¿No me crees? Dile a un diputado que lo presente como proyecto de ley y cunado lo aprueben ve que pasa, si no funciona por decreto y mucho menos con impuestos altos, sindicatos o paros de «Les trabajadores»
La riqueza de las naciones se genera con producción de mercancías y servicios, ósea digamos, trabajos que soluciones las necesidades de otros (te hablo a ti, fósil de filosofía en la Michoacana), los impuestos excesivos desmotivan a los productores, comerciantes y emprendedores de Pymes. Cada nuevo impuesto no solo reduce el incentivo para generar, sino que además fomenta la evasión fiscal (La curva de Laffer lo explica) y el éxodo de capital hacia economías más amigables ¡cof!, ¡cof!… Tesla y Mazda en México ¡cof!, ¡cof!… Gracias Trump ¡cof!, ¡cof!… Es como querer llenar un balde en donde por cada baso que le pones sacas 3/4: por más agua que le eches, nunca estará lleno.
Los defensores de los impuestos altos argumentan que estos son necesarios para redistribuir la riqueza. Pero ¿cuántas veces hemos visto que esa redistribución termina en clientelismo político o burocracia ineficiente? En lugar de «salvar» a las personas, los impuestos terminan atrapándolas en sistemas estatales que perpetúan la dependencia. Como Frédéric Bastiat advirtió, «El Estado es esa gran ficción por la cual todos tratan de vivir a expensas de todos los demás».
Lecciones históricas: impuestos que destruyeron economías
La historia está llena de ejemplos de cómo los impuestos desmedidos llevaron al desastre. Desde la caída del Imperio Romano donde los impuestos se volvieron excesivos y se produjo la devaluación de la moneda (como que huele al nuevo PRI), hasta la Revolución Francesa en sus diferentes etapas, primero siendo llevada por los llamados Burgueses (Comerciantes y “Pymes” hoy en día), luego por campesinos cuando no mejoró la economía una vez llegan lo “Libertadores” al poder.
Incluso en tiempos modernos, economías como la de Argentina han sufrido políticas fiscales que asfixiaron a los sectores productivos y que enriquecieron al aparato estatal, durante los últimos 20 años del 2023 pa’ atrás, marcando fin con la asunción de Javier Milei al poder, siendo el Peso argentino la moneda más revalorizada en él ultimó año, sin utilizar la redenominación usada 3 veces en Argentina y una en México (Salinas Pliego)
¿Entonces, cuál es el camino?
La respuesta es impuestos e intervención. El crecimiento económico proviene de la libre interacción de individuos en el mercado, no de la imposición estatal. Reducir impuestos, eliminar trabas regulatorias y dejar que los emprendedores y trabajadores reales, creen riqueza sin ser obstaculizados o amenazados a punta de pistola y cárcel a dar su dinero, puesto que la señora que vende tamales, el empresario que importa celulares o telas para hacer ropa y el carpintero que crea una mesa son los verdaderos motores del progreso.
Así que, la próxima vez que alguien diga que «más impuestos son la solución», recuerda: los impuestos no son una herramienta mágica, sino un lastre que frena el dinamismo del mercado. La libertad económica, no la coerción fiscal, es la base de una sociedad próspera.